Juan era un hombre que llevaba 40 años trabajando duro como sembrador. Un día, Juan se cansó de andar sembrando, así que se sentó en una colina a esperar la muerte.
Entonces, ella llegó —prominente, elegante y con el rostro pálido—, y se sentó a lado de Juan, lo miró y le dijo:
—Aquí estoy, hombre. He venido a quitarte el cansancio.
Juan no dijo nada y simplemente inclinó la cabeza hacia abajo mientras daba un suspiro. La muerte le preguntó a Juan:
—¿Por qué te pones así? ¿Acaso no fuiste tú quien me llamó?
A lo que Juan respondió:
—Es solo que, después de tantos años de trabajar duro el campo, siento que igual hubiera sido sentarme a esperarte desde el inicio.
—Vuelvo después, tengo mucho trabajo por hacer —, dijo, pensativa, la muerte.
Juan se quedó sentado en la colina esperando a la muerte, pero no volvió hasta tres años después. Cuando llegó de nuevo, se sentó a lado de Juan y le dijo:
—He regresado.
—¿Por qué me hiciste esperar tres años? —le dijo Juan, intrigado, a la muerte
La muerte le contestó:
—Para que siguieras sembrando.
—No hice nada estos tres años, ya tenía mucho alimento guardado de todo mi duro trabajo de antes. Solo me quedé aquí a esperarte —, dijo Juan
—Entonces volveré después —, respondió la muerte.
Tres años después, la muerte regresó, pero ahora Juan no estaba sentado en la colina, sino sembrando en el campo. La muerte se acercó y le preguntó a Juan:
—¿Qué ha pasado? ¿No que ya estabas cansado?
—Me aburrí de esperar, así que mejor me puse a hacer lo único que sé hacer —, respondió Juan. A lo que la muerte le dijo:
—Ahora lo entiendes, es peor el aburrimiento que el cansancio. Todos estamos aquí para un trabajo. A los flojos, no me los cargo, pues ya están muertos y no sirven de nada a dónde vamos.
Y la muerte se llevó a Juan.